Desde el colectivo de mĆ”s de 300 vecinos que constituye la plataforma Salvem lāAlzina i les casetes d’Encarnació queremos responder a la insidiosa campaƱa lanzada desde los medios de difusión por la propiedad de la finca. La familia Campalans Alsina recurre a un relato victimista para tildar de mentiroso al Ayuntamiento de Barcelona y de hordas salvajes a los vecinos que entraron en su valioso jardĆn el pasado 7 de noviembre para salvar a la encina bicentenaria y las casitas representativas de la arquitectura histórica del barrio de GrĆ cia, al ver cómo se empezaban a derribar.
A partir de ahĆ se inició una campaƱa de información y de lucha para dar a estos espacios un uso pĆŗblico, lo que motivó que el Ayuntamiento paralizara la concesión de licencias de obra durante un aƱo en GrĆ cia y que promoviera la expropiación de la finca para transformarla en un jardĆn pĆŗblico, viviendas dotacionales y un jardĆn de infancia. No parece pues que la horda de vecinos pretenda arrasar la finca, sino mĆ”s bien salvarla.
Ahora bien, salvarla⦠¿de quĆ©? Porque, segĆŗn la familia Campalans, ellos han cumplido con todos los requisitos de la ley, son gente de orden, vecinos de Ā«toda la vidaĀ» de GrĆ cia y amantes de su barrio. Y es cierto que poseen ?-por lo que tanto la encina como las viviendas corren todavĆa peligro de ser destruidos?- un permiso. Un permiso legal porque a los sucesivos gobiernos del Ayuntamiento, durante muchos aƱos, casualmente se les olvidó catalogar el Ć”rbol y las casitas. Ā”QuĆ© cosas! Con tan irregular permiso podĆan desarrollar en la finca un proyecto mĆ”s que familiar, gentrificador: construir en el solar una treintena de apartamentos de lujo, sin dejar un rincón verde ?de ahĆ que la encina llamara a gritos a los vecinos al verse amenazada de muerte? y aƱadir un garaje subterrĆ”neo. Con todas las de la ley.
Pero ya se ha demostrado a lo largo de la historia que la ley no siempre es justa. Y que, si los ciudadanos no se rebelan, las leyes hechas a medida de los intereses de un capital Ôvido de explotar al mÔximo los beneficios económicos -la única bandera que de veras enarbolan?- impiden que haya justicia real.
La familia Campalans no habla de la empresa inmobiliaria que ha constituido: quĆ© curioso, Āæpara quĆ©?, si segĆŗn cuentan ahora solo querĆan ampliar la vivienda que con una familia tan numerosa se les habĆa quedado pequeƱa⦠Tampoco cuentan que no todos los papeles estaban en regla, ni el tipo de personal de vigilancia que contrataron despuĆ©s de haber echado a los vecinos del jardĆn. Hablan de la expropiación como si les fueran a echar de su propiedad sin indemnizarles generosamente por ello⦠Tal vez porque haciendo nĆŗmeros piensan que construyendo su proyecto invasivo podrĆan extraer muchos mĆ”s beneficios para repartirse. Acaso para ellos el Ćŗnico derecho que hay que preservar es el de la propiedad privada. Y los vecinos, en cambio, piensan que este derecho se ha de conjugar con el derecho a los espacios verdes, la protección del patrimonio histórico o el derecho a una vivienda digna para todos. Cuando estos derechos chocan, lo lógico es que los poderes pĆŗblicos velen por todos ellos. O deberĆan.
Hace tiempo ya que GrĆ cia sufre la presión inmobiliaria que el modelo actual de ciudad ha impuesto. Los brutales desahucios diarios asĆ lo evidencian. Muchas de las antiguas casitas se han convertido en elegantes villas de lujo tras fachadas que encierran el mismo drama: cada vez son mĆ”s los vecinos que no pueden pagar los alquileres y tienen que irse para dejar paso a los fondos buitre y los especuladores que se aprovechan de la tan cacareada libertad de mercado para enriquecerse sin miramientos. Tal vez si la familia Campalans no hubiera sido tan codiciosa nadie habrĆa saltado la verja de su jardĆn. Pero ya se sabe que la avaricia rompe el saco.
Porque los vecinos no se hubieran lanzado a ocupar el jardĆn para protegerlo de sus dueƱos si estos hubieran mantenido un mĆnimo las apariencias: ese es el salto de la burguesĆa industrial a la burguesĆa especulativa: ya no quedan escrĆŗpulos ni para guardar las apariencias. A lo mejor el crimen ya se habrĆa perpetrado por completo cuando los vecinos lo descubrieran. Y es que mĆ”s de un vecino se ha preguntado cómo es posible haber habitado ese lugar mĆ”gico bajo el abrigo de una encina que es ya la vecina mĆ”s vieja del barrio y no amarla. Cómo es posible haber habitado durante mĆ”s de un siglo unas casas con tanto encanto y no sentir el mĆ”s mĆnimo afecto por ellas.
Los Campalans, en sus libelos lacrimógenos, se llevan las manos a la cabeza y se escandalizan porque Barcelona ya no es lo que era. Ellos tal vez no se hayan enterado, pero pese a todas las injusticias que todavĆa campan a sus anchas en este mundo, el paĆs ha cambiado y, este barrio, orgulloso de su herencia luchadora y reivindicativa, ha mostrado una vez mĆ”s que sus habitantes vigilan para que un futuro mĆ”s digno sea posible. Porque la democracia no es un voto delegado. Es una conquista que se gana dĆa a dĆa, palmo a palmo, paso a paso. Y si no, que se lo pregunten a la encina.
Ruth Zauner
Vecina y miembro de Salvem l’alzina, en respuesta al artĆculo publicado en L’independent de GrĆ cia el 2.3.2019